Muchas veces se experimenta al trabajo como una pesada carga. Se suele renegar por tantos cansancios y preocupaciones que suele traer consigo. Algunos incluso lo pueden considerar hasta un castigo. Sin embargo, por el contrario, se trata de una de las realidades humanas más ciertas, genuinas y profundas que dignifican, hacen madurar y enaltecen nuestra vida. El trabajo es la ocasión para colaborar con la obra creadora de Dios, donde se nos confía la misión de hacer un mundo mejor. Por eso, para los creyentes y para toda persona de buena voluntad, el trabajo es una auténtica bendición. Se agradece tenerlo y nos hace bien llevarlo a cabo cada día.
En este día del trabajador del 2020, en plena pandemia global de coronavirus, nuestro recuerdo y mensaje especialmente es para quienes no lo tienen o lo han perdido por esta situación. Rogamos para que lo obtengan y no bajen los brazos en este momento duro. Oremos también para que quienes nos gobiernan busquen preservar y priorizar las fuentes de trabajo por encima de otros intereses parciales.
Recordemos, en este contexto de emergencia sanitaria, en aquellos trabajadores gracias a los cuales todo esto no se convierte en una tragedia mayor: quienes recogen la basura y los deshechos, enfermeras, médicos, personal de seguridad y tantos otros servicios esenciales, gracias a los cuales seguimos adelante. En este día, más que nunca, nuestra oración, reconocimiento y gratitud.
Y tampoco podemos perder la memoria. Todo lo bueno, sano y honesto que existe en nuestra sociedad, esos valores que se materializaron en realidades positivas y sostienen hoy el tejido social, se lo debemos a nuestros mayores. Ellos, la mayoría desde casi el anonimato y la “no-fama”, fueron edificando cuanto somos y tenemos. No lo olvidemos: es de justicia y gratitud. Para tantísimos jubilados, para quienes este no suele ser un tiempo de júbilo sino de angustia y miedo. Recemos por ellos, manifestémosle nuestro cariño y gratitud, cuidándolos como se merecen.
En este día, a la luz de la fe y en medio de estas difíciles circunstancias de la historia, volvamos a descubrir, a valorar y agradecer el trabajo como una verdadera bendición. La Iglesia nos propone a San José, el esposo de María y papá de Jesús en la tierra, “custodio del Redentor”, carpintero, obrero, como patrono de los trabajadores, intercesor y ejemplo. Hoy en un mundo que se debate luchando contra una pandemia, no olvidemos unos servicios igualmente esenciales: todos somos obreros del bien común, cuidándonos unos a otros. Que, con nuestras múltiples tareas cotidianas, honesta y generosamente realizadas, estamos cultivando la esperanza en el día después y la eternidad.
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