“El camino del desarrollo sustentable debería apuntalar una política de ruralidad que aproveche las fortalezas presentes. Para el Estado es una buena inversión económica, pero, además de mejorar la vida de los argentinos, la ruralidad forma parte de la construcción de la identidad cultural y social de Argentina. Debería ser eje central de las políticas de Estado, esas que trascienden gobiernos y personas”.
Lo dice el Ing. Agr. Gerardo Gallo Candolo, presidente de Abopa y autor del artículo para elagrario.com. Un visión diferente sobre el tema se adjunta seguidamente:
La ruralidad se percibe como lo contrario a la urbanidad. En el sentido de definición técnica es la ocupación de zonas rurales, tanto en el campo mismo como en localidades de pocos habitantes, que no tengan escuelas o municipios.
En la percepción general se relaciona a los espacios verdes, a lo sano, a lugares alejados de las grandes ciudades donde hay menos estrés, mejor calidad de vida. Sin embargo, a pesar de esa apreciación el desarraigo no cesa, y ese fenómeno se da en los jóvenes que, buscando mejores oportunidades laborales se mudan a ciudades donde pueden desarrollar su actividad en forma rentable; jóvenes familias que buscan oportunidades y un mejor acceso a la salud y educación para sus hijos.
Nuestra historia nos alerta que el clima, la economía y la política son determinantes en la intensidad de ese flujo. Como ejemplo tenemos la gran sequía de los años 30 en la provincia de La Pampa que motivó la gran mudanza de pampeanos que se iban bajando del tren en las distintas estaciones del FFCC Sarmiento antes de llegar a Buenos Aires. Aún hoy personas mayores y sus descendientes recuerdan ese hecho desde la estación de Moreno a la de Ciudadela.
Algo similar ocurrió en la crisis cañera de los años 60 en el NOA que motivó la creación de “villas miseria” en los alrededores de la ciudad de Buenos Aires; en su mayoría tucumanos que pensaban que podían tener una mejor calidad de vida o mayores oportunidades laborales en las industrias del Gran Buenos Aires.
En la provincia de Buenos Aires, la división de los campos por herencia (el Gral. Perón decía que la reforma agraria se hacía en la cama, contrariando a los comunistas de entonces), y por los bajos precios internacionales de los granos, contribuyeron a que muchos herederos se mudaran con sus jóvenes familias a los campos, fenómeno muy observado a fines de los 90, porque era imposible mantener el mismo ritmo económico brindado por sus padres en Buenos Aires.
A partir de 2002, con los mejores precios internacionales de los granos, se observó un fenómeno diferente: los hijos de los chacareros que habían ido a estudiar a las universidades ubicadas en las grandes ciudades volvían a sus pueblos a ejercer su profesión; junto a la mayor tecnología que se empezó a aplicar en el campo y el crecimiento exponencial de las economías del interior de la pradera pampeana; los dentistas, médicos, abogados y toda suerte de profesionales, no solo los veterinarios y agrónomos, retornaban a sus pueblos a ejercer su profesión; el desarrollo y el crecimiento de esos territorios agrícolas crearon nuevas empresas dando trabajo a miles de personas.
Esta situación se dio con mayor intensidad en el noroeste de la provincia de Buenos Aires y zonas aledañas donde la ganadería cedió hectáreas de praderas y alfalfares a la agricultura; actividad que amplió su rentabilidad respecto a la ganadería. Un empleado de siembra-cosecha puede ganar hasta tres veces más que un peón a caballo; eso hace que muchos de los empleados de ganadería en el oeste provengan hoy del norte del país por su experiencia con los vacunos y tener mejor salario de lo ofrecido en su provincia.
La ganadería extensiva es ocupación territorial, los empleados deben vivir cerca de los rodeos y al desaparecer éstos las viviendas de los campos se transforman en taperas.
Brasil, por lo contrario, entendiendo bien esto, estimuló en los últimos 40 años, a través de beneficios impositivos y créditos preferenciales, el desarrollo de la ganadería multiplicando sus rodeos hacia el oeste y el norte, creando nuevos pueblos.
Algo similar hizo Brasil con la soja y otros cultivos; también desarrolló políticas para la avicultura y producción de cerdos que necesitan mano de obra intensiva, pero siempre con una visión federal de los negocios que fue acompañada con el mejoramiento de la conectividad y obras de infraestructura.
A Brasil le va bien con esas inversiones, ya que pasó en estas últimas décadas a ser el primer exportador de todas esas carnes y multiplicó por tres su producción de soja, mientras que nosotros nos mantenemos en el mismo tonelaje.
Eso indica que esas políticas de Estado, las cuales fueron llevadas adelante por gobiernos militares y civiles de distinta orientación, son un camino efectivo.
A pesar de estos ejemplos, por el contrario, nuestros funcionarios parecen desconocerlos, teniendo mejores condiciones que nuestro vecino para el desarrollo exitoso de muchas de esas actividades.
Tener concentrada nuestra población en una pequeña superficie debería ser alarmante para cualquier ángulo de la política que se observe: desde lo económico, la salud, el medio ambiente, la seguridad y la defensa nacional.
Lo peor de esta situación es que los políticos ya ni mencionan este problema desde la década del 60. En aquellos años, estas cuestiones figuraban en las plataformas electorales. Desde entonces, al menos desde mi conocimiento, son comentarios aislados.
La migración hacia las ciudades es un fenómeno mundial. En Estados Unidos los hijos de los farmers (granjeros), a pesar de llegar el asfalto y el correo hasta la puerta del campo y de los beneficios económicos que reciben del gobierno, son tentados por la mejor vida de las grandes ciudades, y es por eso que la edad promedio de ellos sea superior a los 55 años.
En Europa, subsidios mediante, la edad media supera los 60 años y las limitaciones ambientales hacen que la principal actividad en algunos casos sea la turística.
Hoy vivimos en la Argentina con producciones que no se cosechan por falta de mano de obra y miles de personas asentadas en las urbes con subsidios del Estado.
Hay municipios donde se perdieron miles de hectáreas de frutales, que necesitan mano de obra intensiva en el campo y en los empaques en la ciudad, pero las producciones fueron reemplazadas por agricultura, que requiere menos operarios, por sembradoras y maquinarias más grandes que restan la mano de obra necesaria en el campo; aunque sume servicios en la localidad, el saldo es negativo; en el Valle del Río Negro vemos fincas con montes frutales de años abatidas para construir barrios cerrados.
Hay experiencias positivas para mejorar esas condiciones, pero medidas aisladas que no hacen a la solución global necesaria. Tienen que implementarse políticas públicas encaminadas con ese fin, donde las estrategias impositivas, crediticias y leyes laborales son ejes fundamentales.
La Argentina, a pesar de todo lo descripto, tiene particularidades únicas que responderían rápido y exitosamente a cualquier política de Estado que se implemente para corregir esta falencia, esta verdadera amenaza a la calidad de vida de los argentinos. Pero es una amenaza que se puede transformar en una oportunidad para acelerar un camino de desarrollo sustentable.
Sin caer en las reiteradas peroratas del crecimiento poblacional y las necesidades de alimentación del mundo y las posibilidades de nuestro país para crecer en esos alimentos, nuestro país cuenta con dos características únicas: 1) nuestros productores tienen una edad media cercana a los 40 años y muchos de ellos con títulos terciarios 2) nuestras principales producciones provienen de la pradera pampeana, y son tres en el mundo con tanta extensión y la pampeana es la única de clima templado que permite producir todos los granos que demanda el mundo.
Si a estas características le sumamos las posibilidades de crecimiento de las economías regionales como las de Cuyo, NOA, el Alto Valle del Río Negro, el resto de la Patagonia o el Noreste: vinos, olivares, caña de azúcar, algodón, por citar solo algunas producciones que son reconocidas mundialmente, como también frutales y hortalizas que pueden procesarse y vender al mundo con valor agregado, las posibilidades son infinitas.
La ruralidad, como vemos, es territorio que está relacionado a la producción, la economía; pero también es social y cultural. Es una construcción de una identidad que sumadas integran la identidad nacional.
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