Sergio Francisco García, el casarense al que un accidente lo dejo en silla de ruedas

Vive en La Pampa desde hace años, allí sufrió en el año 2008 un accidente, se debatió entre la vida y la muerte, donde no solo perdió su movilidad de las piernas. Reclamó en una carpa por más de 800 días hasta que logro la ansiada Justicia. Hoy cuenta como vive y que sigue confiado en que alguna vez volverá a caminar. El Diario La Arena, lo entrevisto días atrás y queremos compartir la nota, donde expresa que no tiene rencor.

La Nota

“Aquí estoy, sin traumas y sin rencores”

Luce sereno, como si estuviera en paz… Se mueve inquieto y con habilidad en esa silla de ruedas, que se convirtió en indispensable para él desde aquella fatídica noche del primer día de abril de 2008. Cómo no recordar que Sergio García estuvo 44 días en terapia intensiva. Entre la vida y la muerte.

Cuando recuperó la conciencia –pero nunca la movilidad de la mitad de su cuerpo– decidió iniciar un reclamo judicial que se demoró de tal manera que lo obligó a tomar medidas extremas: durante  28 meses acampó en una carpa ubicada en la explanada de la propia Ciudad Judicial; estuvo 21 días en huelga de hambre hasta que un día, finalmente, un fallo le dio la razón.

Después de varios años ganó un juicio civil que en ese momento le otorgó una compensación de 13 millones de pesos, con lo que pudo recuperar parte de todo lo que había perdido… pero aquello cambió su vida para siempre: nunca más pudo volver a caminar.

Pasaron cosas

Sergio Francisco García (44, cumplirá 45 el 2 de octubre próximo) vive hoy en la linda casa que pudo comprar en Viniegra y 20 de Abril, y nos espera con una sonrisa… casi como si ya no le pesara en la mente y sus recuerdos esa trampa que el destino colocó una vez en su camino. “Es que es así… aquí estoy, sin traumas y sin rencores”, afirma sonriente apenas nos ve.

Está contento porque uno de sus hermanos, Mauro, se vino de Capital Federal a vivir con él. “Claro que me pone bien eso, porque voy a estar acompañado. Él por ahora se está dedicando a la construcción en seco, trabajando con durlock, pero siempre está dando vueltas la idea de instalar juntos un taller, porque allí en el fondo (señala) tengo un montón de herramientas… Sí, sería como volver a lo que hice siempre, hasta que pasó lo que pasó”, se entusiasma.

Sin reproches

Increíblemente Sergio no muestra resentimientos –aunque razonablemente pudiera tenerlos-, y por el contrario aparece alegre y agradecido (¡¡!), “porque hubo una cantidad enorme de gente que me ayudó desde el momento del accidente”, dice.

La casa es amplia, tiene un lindo patio, y sobre la mesa del comedor se puede ver un tablero de ajedrez con el que pasa buenos momentos con sus amigos. “Siempre jugué, y la verdad es que entretiene mucho y mantiene la mente ágil”, completa.

Agrega que se ocupa “de hacer cosas, de estar ocupado. Le ayudo a mi amigo de la Panadería ‘Don Renato’… fabricamos pan y ayudo a repartirlo. Cómo no voy a estar agradecido”, indica.

En el patio de la vivienda lucen tres autos de alta gama. “Pero mi vehículo es esa camioneta (señala una hermosa Ford Ranger), porque el BMW y aquella otra camioneta las tengo pero son autos que van y vienen… a veces hacemos algún negocito”, revela.

Algunos problemas

 “La verdad es que me acomodé a mi nueva vida… intenté por todos los medios volver a caminar y estoy siempre informado en todas las páginas de discapacidad para volver a intentarlo cada vez que pueda… porque algun vez voy a volver a caminar. Hoy vivo bien, tratando de estar ocupado, tengo una jubilación mínima y la obra social PAMI”, reseña.

No obstante confiesa que no la pasó bien el año pasado: “Sufrí una escara en una pierna producto de pasar tantas horas en la silla de ruedas, y estuve meses internado en Buenos Aires en un centro de cirugía plástica que se llama IREP (Instituto de Rehabilitación Psicofísica en Buenos Aires). “Ahí me curaron pero me tengo que cuidar todo el tiempo…”.

Tenía dos talleres

Hay que recordar que Sergio tenía dos hermanos, Mauro que ahora vive con él, y Gisela que falleció el año pasado. Su familia la completan sus hijos, Julián (24) que tiene un taller al que a veces va a trabajar un rato; Ana Azul (22) que estudia Derecho; y Mauro (18) que está terminando el secundario.

Nacido en Carlos Casares, se afincó en Santa Rosa cuando se enroló en el Ejército para desempeñarse en el IV Cuerpo. “Fue hasta que me compré todas las herramientas y puse mi propio taller mecánico. Llegué a tener dos: en la calle Wilde y en Avenida Luro… hacía chapa y pintura en uno y mecánica y arreglos de maquinarias en el otro”.

Vivía con su familia –esposa e hijos– en Tello y Convención Provincialista en el barrio Santa María de las Pampas. Fue hasta el momento fatídico: una llamada telefónica le advirtió que en la Avenida Spinetto se había quedado un auto, un taxi, y le pidieron si podía auxiliarlo. “Agarré la moto porque ya había guardado la camioneta y me dirigí al lugar… eran más o menos las 21 de una noche muy oscura”.

El momento trágico

Iba pensando en regresar pronto a su casa cuando de pronto sintió como un sacudón, pero no alcanzó a darse cuenta qué estaba pasando: “Lo último que vi fueron algunos hierros, y creo que di contra un talud de tierra… ahora me acuerdo que en un momento como que me desperté y me di cuenta que estaba un vecino, Antonio Gérez tratando de reanimarme… me había sacado el casco que se partió y me lastimó la cara… lo reconocí y alcancé a decirle: ‘Soy yo… tu mecánico’. Lo conocía porque le atendía su auto”. Después llegó la ambulancia y lo llevaron.

Una clara negligencia

Fueron 44 días entre la vida y la muerte. Había sido una tragedia absurda, una enormidad que tuvo que ver con la desaprensión, con la falta de controles, con la irregularidad manifiesta que permitió que una obra que llevaba adelante una empresa ubicara un pozo en medio de la calle. Sin ninguna señal o un luz que indicara su presencia. En la oscuridad una trampa que cambió la existencia de Sergio para siempre.

Porque lo tenía todo: vivienda, dos vehículos (una camioneta y un Renault Megane, y una moto). Y además dos talleres… “¿Quieren creer que me pasó ese golpazo porque iba a trabajar?”, sonríe y una mueca de tristeza se dibuja en su rostro.

“No vas a caminar más”

Soportó muchas intervenciones quirúrgicas, vivió entre médicos y enfermeras días de angustia, de zozobra. Un día uno de los profesionales se lo dijo: “No vas a caminar más”. Un momento tremendo, un golpe capaz de derribar a un gigante.

Y después todo iba a cambiar. Terminó con la tranquilidad de su familia (se separó), y también sus bienes… casi que lo perdió todo.

Más tarde llegarían las peripecias en la justicia con el transcurrir de la causa en los estrados tribunalicios.

Carpa en la Ciudad Judicial

Pero todo se demoraba demasiado, y cansado de la injusticia decidió visibilizar su reclamo. Desde el 1 de noviembre de 2016 Sergio García se instaló con una carpa –una suerte de “iglú”– en la misma explada de la Ciudad Judicial. Nadie podía hacerse el distraído, porque su presencia en la inmensidad de esa mole de cemento era insoslayable.

Cientos de personas se acercaban para conversar, para llevarle una palabra de aliento, para alcanzarle un libro o, simplemente, una botellita con agua… “¡Cómo no voy a estar agradecido!”, dice ahora recordando aquellos 820 días que pasó en ese lugar..

Al fin el fallo

Hasta que la Justicia dictó sentencia pasaron años. El fallo lo compensó con 13 millones de pesos (que era mucha plata entonces), y levantó su protesta.

Antes habían sucedido muchas cosas: dos años sin que ingresara un peso, la descapitalización y la necesidad de vender sus pertenencias. “Sí, me tocó vender todo: los autos, las máquinas del taller, y después hasta los televisores”. Fue un cono de sombras que terminó con su matrimonio y con muchos de sus sueños.

Fueron seis años de idas y venidas en Tribunales. Ganó el juicio civil y recuperó en lo económico parte de lo que había perdido.

Casi una burla

Pero casi como una burla todo terminó allí. La Justicia y sus tiempos determinaron que no había responsables penales; o en todo caso que si los había ya no se los podía juzgar porque no se podía seguir investigando. Nadie tenía que ir preso porque un hombre quedaba inválido de por vida por una clara negligencia.

 “Claro que todo lo que pasó jodió mi vida, y la de mi familia. Era un tipo sano y fuerte, independiente, que podía darles los gustos a mis hijos… y vino esa tragedia… ¡Qué le vas a hacer!”, dice ahora con serenidad y esbozando apenas una sonrisa.

 “Pero todavía me queda la esperanza…”, dice y se convence que la ciencia en algún momento podrá ayudarlo. “Y además ahora está aquí mi hermano, y esa sí es una inyección de optimismo. Pero insisto… no tengo rencores”, cierra (M.V.)” (Fuente Diario La Arena)

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