Mensaje de Mons. Ariel Torrado Mosconi con motivo del fin de año

Hemos concluido uno de los años más difíciles de la historia de la humanidad y tal vez de nuestra vida personal. Si bien se comienza a ver una pequeña luz al final del túnel, sin embargo, aún aparecen grises nubarrones de nuevas amenazas.

¿Cómo evaluar este año y cómo disponernos para el próximo?

Creo que a la hora de sopesar el 2020 que termina más que preguntarnos ¿qué logros tuve? deberíamos interrogarnos acerca de ¿qué aprendí? para encarar con sabiduría el 2021.

Si hacemos silencio interior vamos a descubrir, que más allá de las pérdidas, el encierro y las frustraciones que hayamos tenido, ha sido un tiempo muy positivo.

Nos hemos despertado a la conciencia de la pequeñez de nuestra condición humana. Endurecidos en nuestro orgullo nos sentíamos tan poderosos, tan fuertes y hasta omnipotentes, que muchos creían que ya no necesitaban de Dios ni de los demás.

La imagen de la tempestad calmada, que nos propuso el Papa Francisco al comienzo de la pandemia, en esa pequeña barca sacudida por un mar embravecido es la clave para sacar la lección para el año que termina.

La fuerza de esta pandemia fue como un tsunami que arrasó con la tecnología de los países más poderosos, la ciencia, la economía mundial y dejó al mundo perplejo y atónito. Pero, esa realidad macro la hemos tenido que experimentar cada uno de nosotros viendo cómo se caían también nuestros planes y proyectos personales, la agenda tan cargada de tareas que creíamos imprescindibles, la ida y venida de viajes incesantes y movimientos constantes que fueron aquietados a la fuerza por el reiterado llamado del “quedate en casa”.

Que esta conciencia de nuestra pequeñez nos haga más humildes y nos lleve a la confianza. A descubrir que nuestra vida está en las manos de Dios, que en Él está nuestra seguridad y que sólo Él nos puede salvar en las tempestades de nuestra existencia.

Pero además descubrir que todos somos hermanos y corremos la misma suerte en el mundo entero, y algo que ocurrió en el lejano extremo oriente pronto llegó al occidente, y que cuando quisimos acordar lo tuvimos también entre nosotros. Por eso, si bien hemos tenido que vivir el “distanciamiento sanitario”, que esto no se transforme en aislamiento egoísta sino en conciencia fraterna de responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros. ¡Cuánto tenemos que agradecer a los agentes sanitarios y a todos los trabajadores esenciales que nos ayudaron a atravesar esta tormenta!

Si hemos aprendido la lección del 2020; el 2021 será muy feliz. Porque la felicidad evangélica no consiste en no tener problemas sino en sabernos cuidados amorosamente por Dios y en amar a los demás como hermanos. ¡Feliz año nuevo!

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